martes, 18 de diciembre de 2012

Dichosas Pascuas

Era la Navidad de los niños que corrían agitados por el cielo, pues el Ángel mayor les otorgó la venia de visitar a sus terrenales padres...

Y al llegar, en mis ojos brillaba el destino del nostálgico recuerdo...

Era una fría Navidad, mi madre llorosa cerró esa puerta. ¡Clac!, y ese sonido cercó para siempre el calvario de mi existencia.

Papá nos reunió a los tres, nos dijo que esa noche nos pintaría la Luna de Navidad y nos abrazó para hacernos sentir la paz de su amor.

En sus ojos baila el miedo, abraza al hijo entre el invierno, ya no ve el faro que conocía y debajo del puente brilla la Navidad del cielo.

La vida fue y vino, de nuevo era Navidad… y solo era un anónimo en el apartamento, con un corazón vacío.

En esa fecha especial fui al parque a visitar aquel columpio, el más preciado regalo que mis padres me daban cada Navidad.

Siempre obvié la Navidad y, hoy que ya no existo, la extraño para compartir con los que más amo.

Llora en Navidad, los visitantes se marchan luego de pasar el día con él, ahora solo, se queda con las rosas que puso su hijo en la lápida.

Será una Navidad sin ti, amigo, donde el recuerdo de las polvorientas muchachadas hará muy triste el año por venir.

Llovía, me sentí culpable, salí a la calle y le llamé, volvimos a casa juntos. Dije Feliz Navidad, dándole su galleta de hueso. 




Gracias a la "Academia de Escritores" por seleccionar este último tweet entre los 20 mejores microcuentos de la 1ra Edición del Concurso Internacional de Microcuentos Navideños.

Tweet Cuento: (Historias en 140 caracteres)
Tweets @garlakat 



sábado, 1 de diciembre de 2012

Castillos en el aire

Conversa con el cómplice silencio que sembramos en aquel café de siempre,
que conoce nuestras huellas y ventila nuestro atortolado aliento
donde la nostalgia huele a grano tostado y a pan recién horneado.

¿¡Recuerdas!? Cuando el jolgorio nos invadía y los demás miraban a las cabras
Eran los chistes más tontos de los inocentes enamorados;
el par de sillas y la mesa prometían guardar el eterno secreto de lo ingenuo.

¡Espérame allí!,  donde tu mano era el ardiente horno de mi invierno…
pegadita al vidrio en el que escribías nuestros nombres con un simple hálito,
y sonreías al contemplar a los niños jugando con la blanca y perezosa nieve.

¡Yo llegaré!, no existe ninguna borrasca que detenga mis pasos.
Pide otro café en esa ansiada espera para avivar el corazón del espíritu,
cierra los ojos y bordea esa taza con un juego de nuestros viciosos labios.

¡La paciencia!, sé que no es tu más clara virtud en el convenio del amor…,
pero prueba ese dulce de chocolate que tiene contenida mis miradas por ti
y descubre en ese mágico adentro lo que mi alma deja de decir.

¡Unos minutos nada más!, no tardaré en estar allí junto a ti;
no puedo extraviarme en las montañas pues ese olor me llama:
pan recién horneado, cafecito caliente y el calor de tu abrigo aguardando por mí.

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