martes, 31 de julio de 2012

Materia de alquiler

   Sus extremidades la acompañan por inercia. En un conflicto humano se arrastran desoladas por el convulsionado boulevard de Sabana Grande. Un tanto desaliñada, y con el largo cabello cundido de salinas lágrimas de ayer, profesa a los cuatro vientos que azufre y fuego la devastan dulcemente por dentro como si viviese los últimos instantes de una ardida Sodoma. En su mediana existencia ha procurado ser fuerte como un alcornoque y está segura de que aguantará el terremoto hasta evidenciar, por sí misma, que cualquier esperanza está aniquilada. Llega al restaurante donde el encuentro la espera; ordena de inmediato un negro café y un insípido vaso de agua.
   Mientras se maquilla para tratar de ocultar un alma casi vencida, su remota naturaleza mental gestiona vueltas y ese andamiaje abstracto es vapuleado como bolos azotados por una pesada esfera de boliche. Sentada, con las piernas cruzadas, suspira, transpira y, de tanto temblar como una poseída, la mesa se estremece con una de sus huesudas rodillas. Se aproxima el camarero y, con curiosidad, le pregunta: "Señora, ¿se encuentra usted bien?". Ella asienta con la cabeza y pasa su lápiz labial como un rojo asfalto por sus cuarteados labios, mientras el mesero coloca lo ordenado y se retira sin más.
   Ya presentada como una reina, emprende a beber el ya frío café que, adormece más el huérfano palacete de su atribulado adentro. Más calmada, presta suma atención, que la concurrencia a su rededor no le parezca tan fachosa y de malos propósitos. Entonces, en lo oculto del bolso ojea los malévolos verdes y con dedos ágiles efectúa el recuento en su interior para confirmar que la cifra es la mitad de lo correcto. Saca un cigarrillo y lo enciende; arremolina el humo en su entorno y se acerca el mesero para anunciarle que en ese sitio está prohibido fumar.    
   Apenas arribó ayer en la mañana al Aeropuerto Internacional de Maiquetía… y el cerrado cielo ya le pronosticaba uno de los más infames días de su vida. ¡Al fin!, horas después de haber pisado tierras venezolanas, conoció a la lozana Rebeca y no en las mejores circunstancias que hubiese soñado, ya que su prima mayor, Regina, relegando lo humano, fue tajante y de dura convicción ¡…! En la corta espera ha invitado a tres cafés para que consuman el tiempo por ella. A la distancia nota que se avecina una pareja sexagenaria; se levanta para recibirlos con una nerviosa sonrisa que, suspiraría por estar ausente:
—¡Buenos días, primos!
   Les va a estampar un beso y la emperifollada Regina, de inmediato, la esquiva para reiterar:
—Ten claro algo Romina, ¡que no vinimos hasta aquí!, para recordar viejos tiempos. ¿Sabes muy bien a que…?
—Los entiendo, ¡¿pero quién me comprende a mí?! Me hubiese complacido que estuviese Rebeca…
   Acorde con su elegante traje, Félix la corta de manera amable:
—Entendemos que fue un extenuado viaje, ¡que vienes de muy lejos!, pero desde el principio tú aceptaste las condiciones del negocio, y con respecto a…
Interrumpe Regina anunciándole con brío:
—¡Te puedo jurar que no la verás más!; resuelve con nosotros este desagradable asunto, ¡y punto!
   La prima menor introduce la mano en el bolso y masculla cautivando la oscilación:
—¡Aquí tengo el dinero!, bueno…, la mitad..., ¡pero luego… les pagaré completo!
   El refinado hombre desea entrar en los cauces de la claridad:
—Ya la situación no trata de algo económico. Es que desde hace unas horas acabas de perturbar nuestras vidas, la de todos…
—¡Hablemos claro, prima!
—¡Es así!, —asegura con énfasis Romina—, ¡somos la misma sangre…!
—¡Lo somos!, —subraya Regina—, ¡pero hasta ahí!, ese es el límite…
   Romina principia a sudar frío como si el alma se le escapara de un revoltoso cajón del cuerpo; saborea el poquito de agua que resta en el vaso y sonríe con los bordes temblorosos que han manchado de púrpura el cilíndrico vidrio y, en lo sumiso, emite:
—Yo únicamente deseo estar cerca, ¡no les molestaré…!
—Y nosotros solo queremos que te vuelvas a la Argentina y nos olvides; ¡eres joven aún!, puedes casarte, tener tus hijos, tu casa y establecer un hogar de nuevo…
   Con los humores retenidos, la prima, un tanto alterada, saca el dinero y lo coloca en la mesa para comenzar a contarlo…, cuenta, cuenta y cuenta en voz alta sin parar. En ese minuto, Félix la ase delicadamente por las manos, coge el papel moneda, se lo mete de nuevo en la cartera y le expresa:
—¡Entiéndelo, prima!, esto no se trata de una compensación económica…
—¡Y, de paso! —En la evocación apunta Regina—, eso no fue lo que pagamos en aquel tiempo…
—¡Sí, sí, lo sé! Estoy consciente de eso, pero son diez mil dólares… ¡La otra mitad la conseguiré y prometo dárselas!
   Regina, ya con la piel roja de carne hirviendo, absorbe aire, y le advierte como si la vida fuese objeto de una cláusula: 
—Te denunciaremos a la policía si te acercas a nosotros o a nuestra casa. Hicimos un pacto de nunca más hablar de aquello, ni mencionarlo siquiera, ¡y lo cumpliremos!…, cueste lo que cueste.
—Deseo estar muerta antes de volverme sola al sur; no pueden someterme a esto, yo cometí un error y lo he pagado todos estos años en el callado exilio de la Patagonia
   Regina se pone de pie y en un gesto le solicita a Félix que haga lo mismo; él se topa con sentimientos encontrados, pero con arresto se levanta. Y la prima, de súbito, les cuenta lo que sabe:
—Rebeca me informó ayer que piensan irse definitivamente a Canadá…
   Con un pequeño golpe sobre la mesa, Regina, enfurecida, retorna a su silla y le da un ultimátum:
—¡Lo sabes todo! Pues sí, nos largamos de Caracas… Y si continúas acosándonos, ¡soy capaz hasta de matarte!…
   Félix toma asiento y, en la sensatez, le ruega a las dos que se calmen. Regina lo mira expulsando coraje y le señala:
—¡Ahora!, ¿de qué bando eres?... ¡¿Avísame si no fue solo semen lo que le entregaste?! 
—¡Por favor, Regina!..., ¡no se trata de un trofeo!, no se trata de qué lado sé esté. —
Sutilmente la coge de la mano—. Hablamos de una vida humana que ni siquiera está presente ¡y, de paso!, envuelve con una sábana las nuestras…
—¡También es la mía…!
—¡¿Ahora?! ¿Por qué?, cuando en ese tiempo te pusimos en la palma de la mano los veinte mil dólares estabas muy sonriente…
—Vendí mi cuerpo, lo sé…, era una codiciosa mezclando la inmadurez. Tú sabes que solo tenía veinte años… y ustedes, en la razón, se aprovecharon de eso…
—¡Por favor, prima!, ahora eres inocente del pecado…
   Guardan silencio por unos minutos y Regina intenta manejar la situación:
—Vamos a hacer un trato, ¡llévate los diez mil dólares!, para que sigas tu vida y hablamos en un futuro de esto, ¿te parece…?
—¡Pues no!, anhelo estar a su lado. Todos estos años han sido un suplicio para mí, he vivido coleccionando lamentos…
—¡No nos pongamos viscerales!, porque los hechos hablan por sí solos… No le has suministrado nada en todos estos años…
—¡¿Eso… crees?!, pues le proveí lo más importante: ¡la vida!…
—¡Qué ligereza! ¡¿Llamas vida a la transacción que costó veinte mil dólares!?
—Pues ese óvulo era parte de mí y abrigo la necesidad de estar cerca, y ¡ustedes no me lo pueden negar…! —Apela a la sensibilidad del caballero presente—. Tú eres diferente, Félix, eres su verdadero padre, ¡y yo su legítima madre…!
   Félix recurre al bloqueo mental para no ser atacado por la angustia que se debate entre el raciocinio y el egoísmo.
—Tienes razón; yo no soy la madre biológica de Rebeca, pero soy la que tomó en alquiler tu vientre… Ayer nos estropeaste parte de la felicidad que tuvimos durante quince años, pero con tu confesión a Rebeca…, nos libraste de ese compromiso. ¡Eso se le pasará!, pues nosotros somos sus verdaderos padres y eso es lo que cuenta…
   La irritada Regina se pone de pie y Félix hace lo propio detrás de ella; la prima menor revienta en llanto en un estrés de secuelas emocionales y rodea con los brazos a su consanguínea, pero ésta, convertida en un glacial, no le corresponde al apretón:
—¡Por favor!, déjenme estar cerca de ella, ¡solo eso!… Les doy mi palabra de no quitárselas…
—Seguramente es tu misma palabra de hace quince años. —En lo mordaz acentúa Regina—, es muy tarde para reflexiones, ¡vamos Félix…!
   Romina, descorazonada y sin arreglo previo, extravía la noción del tiempo y el espacio, se le estruja como una sanguijuela a Regina y, con la ayuda de Félix, ésta se la quita de encima. La prima menor toma su bolso y como una desquiciada le empieza a contar el dinero mientras los persigue. Félix, presuroso, detiene un taxi y se suben en él como pueden, y se alejan de la zona. En tanto, la que se queda, entre alaridos de desespero, cae al suelo y contempla cómo se desvanece el vehículo que transporta para siempre, su arrendada alma de madre…


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