martes, 22 de mayo de 2012

La cena


   Se ampara en el camuflaje que presta una noche de luna nueva, sigiloso…, envanecido a pulmón lleno, entra a la granja pasando obstáculos con añadida destreza. Consigue, entre el fosco ramaje, llegar cerca del granero y husmea lo que puede. Untado en la confianza del descuido, prueba el tóxico alimento que el granjero había regado temprano en el lugar y, al rebasar el tejadillo, involuntariamente comienza a restregarse violentamente contra el verde césped y en esa oscuridad detrás de la verja del granero; cuatro ojos impacientes prestan atención a esas convulsiones; ¡cómo se revuelca ese cuerpo sobre el suelo!… su alma mansamente pierde el vuelo para perecer en la tierra. Los dos especímenes escondidos saborean lo que podría ser un banquete de varios días y el compinche de tonalidades llamativas observa aquel felpudo rabo puntiagudo ya inmóvil y, con su garra, le requiere al otro: “Anda tú y chequea que ya esté frío”. El minino de color negro, disiente asustado con la cabeza “que el no irá”. Entonces, el de las coquetas coberteras se aproxima en un revoloteo y aterriza sobre el inerte moteado de dos metros de longitud, y emprende a picotear esa tibia y lustrosa masa manchada de rosetas. Con su inocente canto nocturno, llama a su compañero al festín: “¡Acércate a la cena…, gato cobarde!”.




viernes, 11 de mayo de 2012

El concierto de las alondras

Ahora tengo los domingos para ti
con un largo pasillo de lamentos.

Mi mejor camisa me la he puesto para visitarte
y ni siquiera imagino que me ves por una hendidura.

Llevo ternuras blancas en la mano para una novia
¡sí!, esa enamorada que me desnudó al mundo.

Mi corazón se acelera al saber de su cercanía y,
el taxi se detiene, ¡y yo! bajo para encontrarte donde siempre.

Respiro profundo para alejar la nostalgia
y contemplo la viviente paz del lugar.

Trepo la empedrada calle anegada de llorosas pisadas
bajo el techo de la protección de los verdes robles.

¡Llego!, me arrodillo en las trincheras del recuerdo
donde las balas no rozan el perdón.

Coloco las flores en la verde hierba
y recito la oración que me enseñaste.

Cierro los ojos y toco mis mejillas
añorando tus callosas manos sobre mí.

Corro las cortinas para contemplarte en el patio
cuando tendías mis gastadas franelas al Sol.

Y por la noche con la luz de la Luna
impregnabas fragmentos de historias a mi almohada.

¡Y yo!, sólo pendiente de escaparme al juego
y la vida me regaló más ocasiones junto a ti.

¡Pero yo!, poco a poco aprendí en el errado camino
a lamer las mieles del que cree que todo es eterno.

 


miércoles, 2 de mayo de 2012

Como un amartelado adéfago

Con mis gruesas manos arrancaría de raíz tus largos cabellos
para improvisar un eterno lazo color borgoña en mi corazón.
Con mis enlutadas uñas trazaría surcos en tu delicada frente
para encontrarte en los mil caminos granas que gorgotea la vida.
Con mis olientes secreciones taponaría mis orificios nasales
para no permitir escapar tu postrimera hedentina de carne rosada.
Con mis dilatadas pupilas te inventaría una espaciosa jaula
para confinarte y tenerte siempre a la vista del glauco paisaje.
Con mi enorme boca te succionaría hacia enigmas insondables
en un breve momento de furor engendrada por la púrpura pasión.
Con un agudo grito digerido en la entrañas, te reventaría el tímpano
para que en ese vaivén sólo te acuerdes de mi garza y expresiva voz.
Con mi musculosa lengua confeccionaría un nudo intrincado a la tuya
para que mis almagrados belfos por siempre besen los tuyos.
Con mis dedos encarcelaría en un fortín tus silvestres ubres
donde no exista el rescate en ese marengo presidio animal.
Con mis brazos sería una medusa gigante de los bravíos océanos
constriñéndote entre cristalinos tentáculos hasta exprimir tu última gota.
Con mi natural apéndice pringaría toda tu piel de enzimas
para conquistar con miel el vestíbulo mayor y menor hasta llegar al monte.
Con mis antropófagos dientes, en un mordisco amoroso,
deglutiría tus rojos entresijos para reposar eternamente juntos. 

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