miércoles, 26 de octubre de 2011

El reloj

Milisegundos, milisegundos, milisegundos… Envuelve con un pañito el dispositivo que está ceñido a su delicada muñeca. Por nada afloja el control para superar la tendencia a querer gobernar casi todo; no admite que las cosas no son como espera que sean, definitivamente no acepta la situación. Lamentablemente, con esa actitud, se revuelve en una especie de círculo vicioso casi improbable de romper y se deja arrastrar por los hábitos… Terminantemente no desea cambiar el discurso de su vida.
Segundos, segundos, segundos… Los pliegues de su holgada bata tiemblan debido a la brisa nocturna que entra por las rendijas de la ventana y sus desnudos pies padecen el frío trasnochador. Seda sus tímpanos al escuchar la música de moda, imagina girar el dial de un lado a otro y no puede negar la alta fidelidad que repercute en la señal de audio transmitida por las emisoras FM. ¡Sí!, es la potencia del ¡bum-pum-bum-pum…! del momento, al que sus molestos sentidos no digieren. Se levanta del tapizado mueble asediada por lo que nunca comparece y, atropellada por la conjunción de las horas, menea con sutileza la cabeza no por las composiciones que emite el trepidante aparato, sino intenta inútilmente anestesiar su vuelo por encima del rutinario pantano... Se dirige al equipo de sonido y lo apaga, y queda todo bañado con los grillos de la noche. Observa encima de una mesita una revista de Feng shui que leía temprano y fija su visual en la portada a la cual le hace un gesto de no-importancia para continuar su transitar rumbo a la cocina; se detiene en el umbral de la entrada y respira hondo para terminar de acceder en ella. Toma una pulida olla, la colma de H2O, la monta en la cocina y la somete al dinamismo del fuego.
Minutos, minutos, minutos… Recoge de nuevo un suspiro, pero esta vez es más intenso y prolongado que el que dio unos minutos atrás; presagia que va a ser atacada por nubarrones de ansiedad y ensaya guerrear con frases afirmativas en lo más íntimo de su juicio. Sus curvadas uñas le rascan el cuello y el tabique nasal sopla aire húmedo entre sus dos manos… Hala una silla del pantry y se sienta para aplacar la incertidumbre. En una silente tregua, aguarda frente a la hornilla que las burbujas le indiquen que el agua ha hervido. Se levanta de la silla y va hasta la nevera, la abre, sirve en un vaso agua bien fría, y retrocede al sitio de donde se había parado y adopta posición para beberse el insípido líquido, pero por un sin razón, lo deja soñando en la mesa. Su rostro está ajado por los años donde las fracciones de espera se han arremolinado en los surcos de su piel sin que la ínfima esperanza merme su voluntad de espíritu, pues siempre tendrá que esperar hasta el final de la noche o de la mañana, si fuese necesario. De pronto, nota como el H2O bulle como un niño desordenado; entonces, se encumbra de nuevo, abre una gaveta de la despensa y saca una cajita que contiene varias bolsitas de manzanilla: agarra una, como que se arrepiente y toma otra y las deposita en ese líquido inodoro.
Horas, horas, horas… Decide ir a la sala a buscar una revista para ahuyentar la angustia que ya está como un indolente cuervo sobre ella. Asió la publicación que ojeaba temprano y vuelve a la cocina. Se apoltrona en la silla para levantarse segundos después; se sirve una taza de manzanilla y la coloca en la mesa a que se entibie un poco. Sentada de nuevo divisa el vaso intacto con agua..., y se recrea al ingerir la desaborida e incolora sustancia. Con la incipiente luz del amanecer, sorbe el último trago de la odorífera infusión, oye el sigiloso ruido de la puerta de la sala, y sus venas y arterías se aceleran: llegó el provocador huésped de su vigilia, ¡siente que dividieron la puerta!, ingresaron y la cerraron nuevamente. Pasa rauda una larga sombra como un fantasma frente a la abertura de la cocina y a ella se le eriza la carne…, ¡pero de la emoción! En esa distensión del ambiente la oscura sombra se devuelve para lubricarle la retina; es un juvenil delgado y alto, llega hasta la entrada de la cocina cargando un morral negro al costado repleto de lampiños secretos, invoca la formal bendición divina, y le gratifica extraviado en el tiempo y el espacio con las sonoras: “Buenas noches”. Ella, con su corazón afectuoso y solidario, lo absuelve de cualquier reproche para resultar de nuevo a solas.
Desenrolla el pañito de su muñeca dejando a la intemperie su reloj. Comienza a percibir el panorama con un rostro más amable, se palpa las facciones y, en lo burlesco, se percata que necesita un corrector de ojeras. Se arrima hasta la persiana de la cocina y, entre sus rendijas, se embriaga con las primitivas luces del alba siendo testigo de las venturas y desventuras de una engañosa ciudad calmosa. La odiosa encargada de la angustia, “¡la espera!”, ha sido eterna como siempre y no se termina de acostumbrar a ella, pero ya está más serena; brinda un último suspiro a la durmiente madrugada que ya ha triunfado de nuevo sobre la noche y pasa la página…, ¡por ahora!


martes, 18 de octubre de 2011

La interminable espera...

Hurgando en la lista de mis pensamientos, encontré en la del recuerdo que aún te quiero.

Jamás te hablé, porque pávidamente te contemplé, oscilando en el columpio de la mudez y, con el tiempo fui un fantasma entre tus palabras.

Eres la historia que nunca terminé de escribir, por eso caminas como ese fantasma entre mis páginas blancas.

Te fuistes, pero al marcharte en la noche quedó impresa tu silueta.

Siempre pensando en ti... en estas noches frías, soñando con el abrigo de tu cálida piel.

Me has arrebatado noches de sueño, desearía que me devolvieras el narcótico de tu amor.

Cómo dejo de quererte, si todos los días desde tu ausencia, tejes fiestas dentro de mí.

Acallé mis oídos, para bloquear, los sonidos lastimeros de las paredes que te nombran.

Parado en la puerta esperé tu regreso, y tan solo llegaron las huellas de tu recuerdo.

Me asomé a la sombría calle, y las nubes al verme lloraron muy tristes sobre mí.

Volé a un bosque desolado, donde las hojas marchitas, me lloraban para recordarme que te habías marchado. 

Espero en la oscuridad a que vengas, ¡y seré afortunado!, aunque llegue sólo tu sombra.

Moría cada noche debajo del dintel de la puerta y al amanecer nacía para esperar de nuevo la muerte.

En las arenas del tiempo... serás una huella borrable. 


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miércoles, 5 de octubre de 2011

Distopía

Vuelas sobre la ciudad ficticia
eres la anexión básica de los acordes
¡el tiempo es eternamente tuyo!,
donde el euro se revuelca en pesadillas.
Para qué indagar más adentro y profundo
si al ver tus ojos y carnales labios
mi piel transpira señales exactas
opresiva, arbitraria, indeseable,
¡ni más!, ¡ni menos!, ¡ni multiplicando…!,
lograría la esencia de tu naturaleza.
Observo mi hocico alargado agitarse,
mis orejas caen como torres gemelas
mandibuleo y mis dientes decrecen,
mi plateado cuerpo se contrae con dolor
y descubro la clase de animal que soy
me horrorizo y temo por mi raza
que entre necesidades batimos afectos.
Mis pezuñas tratan de tomarte
y lanzo mi último aullido animal
para maldecir al plenilunio en esta hora
donde la metamorfosis me acorrala
¡y tendrás que huir de mi dentellada!
ocultándote entre las níveas lunas
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