martes, 27 de septiembre de 2011

Ella y él

          Me bajo del taxi una cuadra antes de llegar al lugar de la cita para poder tomar fuerzas debido a la emoción que significa verla de nuevo y saber que no la he perdido. La caminata por esa calle se me torna infinita, ¡apresuro y freno!, apresuro y freno los pies... No sé si es la ansiedad, la felicidad o el caballero elegante que camina delante de mí con su larga gabardina gris, su bastón de empuñadura dorada y la pipa ocre que lleva encendida. La humareda que ella desprende me sirve de guía y no me molesta en lo absoluto, ese aroma de tabaco es mi preferido. El caballero se ha volteado para echarme la vista encima porque soy el único que pasea detrás de él; intuyo su incomodidad, ¡tanto es!, que apresura su andar para dejarme a la zaga y el trazado sendero de humo se aleja, ¡pero no le doy el gusto! Redoblo el paso para seguir de cerca las huellas de esa emanación que me hace sentir vivo y entrego un lamento febril..., pues estoy a tres metros del bar donde tengo la ansiada cita, y renuncio a mi perseguido con su cachimba y el humo.
Entro al establecimiento y busco a la persona con quien está mi chica bella. Me siento en la barra y un compañero de trabajo me saluda de forma cordial, me entrega el paquete que contiene una cajita de madera, saco el receptáculo del envoltorio y, por unos segundos, contemplo extasiado tal tesoro, la abro y pongo su contenido en la palma de mi mano. No me canso de apreciar su boquilla, su tubo, su cazoleta y esa figura encantadora. Mientras le coloco picadura en la cazoleta, dispongo encenderla y aspirar su orgásmico humo para así festejar la emoción de no haberla extraviado. ¡Cuánto se desperdicia de su aroma!, su niebla está expuesta a la caprichosa ventilación del pálido recinto. Es un placer sentir las buenas vibraciones al saborear un exquisito tabaco… efecto profundo y casi solemne. Me relamo con los vastos sentidos del cuerpo: la vista, el tacto, el gusto, hasta escucho el zumbar de esa emanación… Se entrega sin condiciones para su fumada, la degustaré hasta que se extinga en mis manos. Una vez cumplida su misión, mi amigo muy sonriente se despide diciéndome: “¡eres un empedernido!”.

viernes, 16 de septiembre de 2011

...La estancia con la parca


Cuando hoy salí de casa, le di un beso en la frente a mi madre y ella intuyó en sus afectos, que no regresaría.

Enganchado a los fríos barrotes como un arrapiezo asustado, contemplo al mítico tiempo huyendo de mí.

Con una lista escrita con mala letra, anunciaban en el patio del pabellón; que yo; ¡Ya no existía!

El arma cerca de mi boca gritaba: "¡todo será rápido!", y yo le creí.

Polvoriento el camino, el hombre va detrás de mí y me empuja, de rodillas caigo al cielo, no sentí el soplo de mi sangre bañando el barranco.

Siguen volando las moscas sobre mi cabeza, sus aspas celebran creyendo que ya estoy muerto.

"¡Lo mataron!", gritó uno por allá y se acercó otro y preguntó: "¿Por qué?". Estaba armado aseguró la ley: "Tenía un lápiz...".

Yo no llamé a la muerte pero ella vino, y la deslenguada me pidió disculpas por no llegar antes.

Venía por mí, flotaba sobre el piso, estaba muy elegante con su sombrero y su capa negra y, afuera nos esperaba su oscura carroza...

No te asustes que no es tu puerta la que tocan, ¡pero tranquilo!, nadie se salva, lo indivisible nos toca.

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