viernes, 1 de julio de 2011

El baile de las máscaras

Sin rumbo vagamos luego de escapar de la licenciosa fiesta de Baco
y la Luna detenida nos alumbra con la preñada leche de la noche.
En esa ebriedad, descalzos, paseamos por la ribera en el romper del oleaje,
nuestros pies se embarran de sal y arena para liberar la atrapada locura.
Nacen ráfagas de lluvia y el mar se embravece entre truenos y relámpagos,
y escapamos para refugiarnos en el lecho que obsequia el afrutado del vino.
… Luego de mimar ardientemente cada uno de tus húmedos crepúsculos,
el notorio encendido abraza por completo el cielo de nuestro paradero
y luego de besar el cenit libertando la extrema fogosidad de los amantes,
lentamente, en el horizonte, llega el ocaso de mi áspero aliento extenuado
y tropiezo tu resuello en la almohada para contemplarte como un niño
que como un feto se contrae en la vehemencia de la eterna inocencia.
En una perspectiva difusa y sonrosada de la fresca aspiración mañanera,
despierto con los primeros roces de la aurora yendo al encuentro del orto
para emprender el seductor día cosechando el silbido de las promesas
abrigadas entre rugosos caminos de lienzos de los inertes flagelos
que cunden su peculiar hedor transparente pulverizado en los rincones
de cada pared, donde duerme el éxtasis de la celebración desenfrenada.
Es el umbral del origen, es la carne junto al pecado
que se reconocen ante la luz tempranera que riega el circular horizonte
delante de un oscuro y amargo café que se delata en una humeante estela
que baña en una cremosa melaza tus finas células protectoras de melanina
y así imagino amaneceres improvisados en un futuro de vicios ocultos
acompañados por gentiles ventanales, que guardan los secretos a voces
y manosean como un fetichista adulador en lo privado… 
¡tu cepillo de dientes!…, junto al mío.


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